Calabacín blanco | Biota - Cultivando tu salud
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Calabacín blanco

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    Al igual que ocurre con la calabaza, su origen es dudoso. Por un lado encontramos documentos del Medio Oriente, donde eran cultivados por los egipcios y por otro lado encontramos su origen en la América precolombina.

    A día de hoy, es una de las cucurbitáceas más cultivadas y consumidas en todo el mundo.

    Pertenece a la familia de las Cucurbitáceas, que cuenta con unos 850 ejemplares distintos y presentan una corteza firme y unos frutos grandes. Algunos ejemplos de ellas son las sandías, el melón, el pepino o la calabaza.

    Podemos distinguir dos variedades principales, según el color de su corteza. Una variedad presenta una corteza fina, de tonalidad anaranjada y forma redonda o tonalidad verde clara y alargada. Por otro lado tenemos el calabacín verde oscuro, de piel algo más gruesa y dura.

    Aunque lo encontremos todo el año, los ejemplares más sabrosos los encontraremos en aquellos que se recogen en los meses de verano.

    Generalmente presentan una forma alargada y esférica y aunque puede alcanzar los 40 centímetros, su tamaño estándar se encuentra en la mitad y su peso suele estar en torno a los 250 gramos.

    Tiene un sabor entre ligeramente amargo y dulce y su consumo se hace tanto en crudo como cocinado. De este cultivo se aprovechan hasta sus flores, que son comestibles y se suelen utilizar en cocina tanto para adornar platos como para consumirlas rellenas o fritas.

    ¿Cómo elegirlo y conservarlo?

    Elegiremos aquellos ejemplares que no presenten grietas, que sean firmes pero sensibles al tacto, que no contengan manchas oscuras y que sean pesados.

    Una vez en casa, se conservará en buen estado en el frigorífico entre una y dos semanas y lo mantendremos alejado de otras frutas, ya que el calabacín contiene etileno, gas que segrega y le otorga un sabor amargo.

    Congelarlos sería otra opción de conservación, pero lo haremos una vez lo hayamos cocinado con la técnica del escaldado.

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